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Quinto y Sexto Sello del Apocalipsis de las Sagradas Escrituras

El quinto y sexto sello – (Apocalipsis 6:9-17)

(Ap 6:9-11) “Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.”

A diferencia de los cuatro sellos anteriores, en los que los acontecimientos tenían lugar en la tierra, el quinto sello nos transporta nuevamente al cielo.

Allí vamos a ver a aquellos que habían sido muertos por causa de su testimonio y que todavía seguían clamando por justicia.

¿Quiénes son?

Nuestro texto dice que son los “muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían”.

No especifica si son judíos o gentiles, ni tampoco si habían sido muertos en una época concreta de la historia.

 

  1. ¿Dónde estaban?

 

Estaban en el cielo “bajo el altar”. Y esto es interesante por varias razones.En primer lugar notamos que el alma sobrevive después de la muerte del cuerpo físico y que va al cielo mientras espera la resurrección. Pero mientras eso llega, vemos que el alma está en un estado de completa consciencia.

 

 Esto lo confirma también el apóstol Pablo:

(Fil 1:21-23) “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.”

En segundo lugar, observamos que el lugar en el que están en el cielo es “bajo el altar”. Ellos habían sido fieles en la tierra entregando su vida al Señor sin importarles las consecuencias y ahora se encuentran en el santuario celestial en la proximidad de Dios.

En cuanto a este altar celestial, la idea no es nueva, porque cuando Moisés hizo el tabernáculo en el desierto, lo hizo siguiendo el modelo del verdadero tabernáculo celestial que le fue mostrado en visión (Ex 25:40) (Nm 8:4) (He 8:5).

Esto quiere decir que el tabernáculo terrenal reflejaba a cierta escala las realidades espirituales del templo celestial. Y a lo largo del libro de Apocalipsis veremos otras referencias a distintos muebles del tabernáculo (Ap 8:5) (Ap 9:13) (Ap 14:18) (Ap 16:7).

Ahora bien, en el tabernáculo había dos altares, el del holocausto y el del incienso. ¿A cuál de los dos se refiere aquí? Lo cierto es que no es fácil decidirse por uno o por otro.

En un sentido armoniza bien con el altar del incienso, que como recordaremos estaba colocado justo al lado del lugar santísimo y era desde donde los sacerdotes hacían sus oraciones mientras quemaban el incienso (He 9:3-4). Y en el contexto de Apocalipsis, estos mártires están orando pidiendo a Dios justicia.

Pero en otro sentido, también armoniza bien con el altar de bronce que había a la entrada del tabernáculo, y en el que eran quemados los animales sacrificados después de que su sangre hubiera sido derramada a los pies de ese altar (Lv 4:7).

 

Ahora vemos que los creyentes que han derramado su sangre están debajo del altar.

 

Y el apóstol Pablo expresó en varias ocasiones la idea de que la vida del creyente debe ser ofrecida continuamente a Dios en sacrificio vivo (Ro 12:1), y él mismo lo hacía, estando dispuesto a entregar su vida de una forma literal como un sacrificio agradable a Dios (Fil 2:17) (2 Ti 4:6).

  1. ¿Cuál es su petición?

 

Estos mártires “clamaban a gran voz diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”.

Estos mártires fueron condenados injustamente a muerte por tribunales humanos, ahora esperan su vindicación de parte del tribunal de Dios. Por lo tanto, lo que ellos están pidiendo es un juicio justo.

Este es un clamor muy antiguo que es recogido en los salmos imprecatorios:

 

(Sal 79:10-13) “Porque dirán las gentes: ¿Dónde está su Dios? Sea notoria en las gentes, delante de nuestros ojos, la venganza de la sangre de tus siervos que fue derramada. Llegue delante de ti el gemido de los presos; conforme a la grandeza de tu brazo preserva a los sentenciados a muerte, y devuelve a nuestros vecinos en su seno siete tantos de su infamia, con que te han deshonrado, oh Jehová. Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre; de generación en generación cantaremos tus alabanzas.”

Por supuesto, el cristiano no debe vengarse a sí mismo:

 

(Ro 12:19) “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.”

Cuando el creyente perdona a sus enemigos, lo que significa es que renuncia a toda idea de venganza personal y que deja su causa en las manos de Dios. Y por supuesto, espera también que se produzca en la persona un arrepentimiento que le libre del juicio final. Pero esto no es incompatible con el deseo de que la justicia de Dios sea manifestada y que aquellos que sufren injustamente sean vindicados (Lc 18:7).

Es por lo tanto un clamor por el establecimiento de la justicia como un paso previo para el establecimiento del reino de Dios en este mundo. Notemos que ellos reclaman un juicio junto “para los que moran en la tierra”, es decir, aquellos enemigos de Dios que persiguen y matan a los cristianos. Esto será una demostración del justo juicio de Dios:

2 Ts 1:5-10) “Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis. Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros).”

 

  1. La respuesta del Señor

 

¿Hasta cuándo va a permitir Dios que los incrédulos hagan sufrir a los creyentes y los maten? Ellos no dudan de la aparente inactividad de Dios, porque saben que él intervendrá finalmente para vindicar a los justos.

Pero, ¿cuándo lo hará? La contestación del Señor tiene varias partes.

En primer lugar, aunque la vindicación que ellos esperan no iba a ocurrir inmediatamente, sin embargo el Señor les consuela y recompensa por sus sufrimientos inmediatamente: “Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo”.

Estas “vestiduras blancas” son un regalo del Señor que sirven para manifestar públicamente la aprobación divinas. Y también el color blanco puede ser asociado con la idea de dignidad (Ap 3:4) y victoria (Ap 3:5). Y en su nueva situación se les dijo “que descansasen”. Debían disfrutar de la presencia del Señor teniendo la seguridad de que en el momento oportuno él hará justicia.

En segundo lugar, ellos tendrían que esperar “hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos”. Cuando Juan escribía el Apocalipsis el numero de los fieles que debían sufrir todavía no se había completado.

Es verdad que ya han pasado casi dos mil años desde entonces, aunque el Señor les había dicho que sólo tendrían que descansar “un poco de tiempo”.

Esto nos recuerda una vez más que la perspectiva del tiempo cambia mucho cuando se ve desde la eternidad.

Pensamos también que aquellos mártires no estarían impacientes por ello, puesto que al fin y al cabo disfrutaban ya de una comunión envidiable con el Señor y tenían la plena certeza de que él está sentado en el trono y hará lo correcto en el momento adecuado

Ahora bien, para entender la razón por la que el Señor permite que otros creyentes sufran injustamente sin que él intervenga, nos ayudará recordar otro caso similar del Antiguo Testamento.

Por ejemplo, Dios no permitió que Israel poseyera la Tierra Prometida hasta que la maldad de los cananeos llegó a su colmo.

Y es verdad que mientras que eso ocurría Israel tuvo que pasar varios siglos de esclavitud en Egipto (Gn 15:13-16).

Por lo tanto, una de las razones que movían a Dios a retrasar su juicio era dar oportunidad de arrepentimiento a aquellas personas.

Y en otro sentido, los creyentes perseguidos tendrían numerosas oportunidades para dar testimonio del Señor (Mt 24:9-14). Con frecuencia se ha recordado que la sangre de los santos es la semilla de la iglesia.

Seguramente nunca ha crecido tanto la iglesia como en las épocas en las que ha enfrentado una dura oposición.

Pero finalmente el clamor de los mártires será contestado.

Esto lo veremos más adelante cuando al derramar la tercera copa el agua de las fuentes y los ríos es convertida en sangre y dada a beber a aquellos que habían perseguido a los creyentes (Ap 16:4-7).

Y también la gran ramera será juzgada por la sangre de los siervos de Dios (Ap 19:2).

 

El sexto sello

(Ap 6:12-17) “Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”

El sexto sello describe el juicio final de este mundo: “porque el gran día de su ira ha llegado”. Por lo tanto, mientras que los cuatro primeros sellos hacían referencia a diferentes juicios que caracterizarían el periodo de ausencia del Señor y que irán ganando en intensidad según se acerca su Segunda Venida, ahora nos encontramos con la manifestación final de la ira de Dios sobre la humanidad rebelde.

Se trata, por lo tanto, de un juicio único e irrepetible que consiste en la disolución de los cielos y el reconocimiento final por parte del mundo rebelde de la autoridad del Cordero.

Estas señales en el cielo y en la tierra son las mismas de las que el Señor habló en su sermón profético y que precederían a su venida en gloria:

(Mt 24:29-30) “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.”

Pero no sólo el Señor o el libro de Apocalipsis hablan en este lenguaje de estos acontecimientos futuros; también los profetas del Antiguo Testamento describieron con frecuencia estos mismos acontecimientos que precederían a la venida en gloria del Señor (Is 13:10-13) (Is 34:4) (Ez 32:7) (Ez 38:19) (Am 8:8-9) (Jl 2:10) (Jl 2:31).

El cuadro final que todas estas porciones bíblicas nos dibujan es realmente aterrador. Es probable que el lenguaje simbólico y literal estén entretejidos con la finalidad de darnos una impresión lo más vívida posible de lo que ocurrirá al final del tiempo de este mundo tal como lo conocemos ahora bajo el dominio del hombre.

Quizá el terremoto en toda la tierra al que se refiere provoque tremendas erupciones volcánicas, arrojando enormes cantidades de polvo, humo y gases hacia la atmósfera que haga que el sol se oscurezca y que la luna parezca roja como la sangre. También podemos pensar que la referencia a las estrellas que cayeron del cielo se puede referir a una lluvia de meteoritos. Y el cielo que como un pergamino se enrolla y es quitado de en medio no debemos entenderlo en sentido literal. El caos resultante es de tales dimensiones que ya no es posible reconocer la superficie de la tierra; las montañas y las islas habrán desaparecido de su lugar.

El caos producido por estos cataclismos hacen que el hombre llegue al convencimiento interior de que se enfrenta con su propia destrucción. Todo esto anticipa la inminente venida de Cristo en juicio contra todas las naciones, que como ya hemos visto, había sido profetizada ampliamente por el Antiguo Testamento.

Y en ese día de la ira de Dios, los hombres se darán cuenta de que este no es su mundo. Ahora el hombre se muestra orgulloso y hace lo que quiere, sin tener en cuenta a Dios en ningún momento. Pero sólo será necesario que Dios empiece a sacudir un poco el mundo para que todos los hombres se den cuenta de que este no es su mundo, sino que están aquí con el permiso de Dios.

Pero esto tiene también un mensaje para los creyentes. Nos recuerda que este mundo tal y como lo conocemos va a desaparecer:

(He 12:25-29) “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.”

Este mundo no es permanente y va a desaparecer. Lo único que quedará entonces es el reino eterno de Dios. Por lo tanto, sólo podremos llevarnos aquello que hemos invertido aquí en el reino de Dios, bien sea un nuestro propio carácter, tiempo o recursos; todo lo demás desaparecerá.

(2 P 3:11-14) “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.”

En aquel día el terror se apoderará de todos los hombres:

(Sof 1:14) “Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente.”

Y entonces la gente dirá a los montes que caigan sobre ellos para esconderlos de la ira del Cordero: “Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”.

En ese día todo el mundo estará aterrado, el dolor y la angustia se apoderará de ellos como de la mujer de parto. Aunque lo que más terror le producirá al hombre no serán los disturbios físicos en el cielo y en la tierra, ni tampoco la misma muerte, sino la visión de Cristo viniendo a juzgarles.

(Is 13:5-8) “Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento del Todopoderoso. Por tanto, toda mano se debilitará, y desfallecerá todo corazón de hombre, y se llenarán de terror; angustias y dolores se apoderarán de ellos; tendrán dolores como mujer de parto; se asombrará cada cual al mirar a su compañero; sus rostros, rostros de llamas. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores.”

En aquellos momentos de terror no sabrán a dónde huir. En vano se esconderán en las cuevas esperando que caigan sobre ellos y así sean librados del juicio que se avecina sobre ellos. Pero no habrá lugar en el que ocultarse de Dios.

Además, este juicio será universal. Aquí se menciona a los reyes, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, los siervos y los libres. Nadie estará exento del juicio de Dios: gobernantes, políticos, militares, personas influyentes, los oprimidos, o las personas corrientes. Ni las riquezas, ni el valor, ni la fuerza les podrán sostener en aquel momento. No hay refugio en el que librarse del verdadero Rey de este mundo cuando venga a juzgarlo.

El único lugar en el que podrían haber encontrado un refugio seguro habría sido en la misericordia del Cordero, pero eso lo rechazaron, así que ahora suplican a las cuevas y a los montes que caigan sobre ellos. A pesar de la magnitud de su calamidad, los hombres siguen sin humillarse delante de Dios. En ningún momento se escucha un clamor de arrepentimiento en medio de las atemorizadas multitudes.

La conciencia le dice a los hombres que sin duda el juicio de Dios ha de venir sobre este mundo, sin embargo, viven como si eso nunca fuera a ocurrir. En nuestros días, la indiferencia humana por el día del juicio final es comparable a la de los días en que Dios juzgó a la humanidad por medio del diluvio (Mt 24:37-39). Pero cuando el momento llegue, el terror y el pánico se apoderan de ellos. Una sensación de impotencia les sobrecogerá y su orgullo se desplomará. Sus conciencias les acusan, saben que son culpables y buscan desesperadamente cómo ocultase del Cordero que viene a juzgar el mundo. Entonces descubrirán que el Salvador del mundo es también su Juez. Aquel a quien el mundo a ignorado y perseguido, ahora es el Juez supremo ante el que tienen que rendir cuentas. Es el momento en que toda rodilla se doblará ante él.

Lo curioso es que la gente huirá de la “ira del Cordero”. ¡Qué difícil es imaginar un cordero iracundo! El cordero es un animal que normalmente asociamos con la ternura o la benignidad, pero nunca con la ira. Pero la revelación bíblica nos quiere recordar que quien en ese momento manifestará la ira de Dios es el mismo que antes ha expresado todo su amor. Es el Cordero de Dios que fue sacrificado por los pecados de los hombres, expresando el infinito amor que Dios tiene por este mundo (Jn 3:16). Pero el Cordero también tiene “siete cuernos” (Ap 5:6), que nos recuerdan su poder.

En este punto, Apocalipsis se hace eco de las palabras de los profetas de la antigüedad:

(Ap 6:17) “porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”

(Nah 1:6) “¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿y quién quedará en pie en el ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas.”

(Mal 3:2) “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.”

Las catástrofes que los cuatro primeros sellos anuncian son el preludio para el día de “la ira del Cordero”, un día de juicio sobre toda la humanidad. Y queda la pregunta: “¿Y quién podrá sostenerse en pie?”. La respuesta la encontramos en el siguiente capítulo, cuando veremos a ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de Israel y a una multitud que nadie podía contar de todas naciones y tribus delante del Cordero. Estos son los creyentes que son librados de la “ira venidera” (1 Ts 1:10).

 

Fuente Escuela Bíblica

 

Video de Dr. Armando Alducin

“Quinto y Sexto Sello del Apocalipsis ” Segunda parte – Dr. Armando Alducin

 

 

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